«Vamos a pasar lista» se presenta al concurso #Maestrosinolvidables de Zenda

 

Hace diez días fue nuestro primer día de colegio.  Por un lado, yo ya tenía ganas, porque los de mi edad hemos sido los últimos en volver  con esto de la pandemia.  Mis hermanos ya llevaban en el colegio varias semanas.  Y aunque se quejen un poco a veces, en el fondo se ve que están encantados. Al final es mejor ir.  Así por lo menos sales de casa, ves a los amigos y te distraes un rato.  Yo, al menos, estaba deseando retomar mi vida normal y empezar también con el training de basket y ver a las chicas del equipo.

    La vuelta bien. Todo normal, no me puedo quejar. Aunque tampoco voy a mentir:  pasó una cosa que no me gustó nada.  Mejor dicho, están pasando cosas que no molan y la verdad es que no sé qué hacer. Por el momento no estoy haciendo nada, pero imagino que tendré que hablar con alguien.  Tal vez se lo diga a Andrea, la coach de basket, porque tengo confianza con ella y sé que me va a entender, o al menos me aconsejará un poco.  En el colegio igual me meto en problemas y paso. Además, mi nueva tutora es una borde:  ya hemos tenido un encontronazo y llevamos sólo unos días.  Y eso que yo salgo siempre delegada de la clase y de las empollonas, se supone. El caso es que me siento mal por una chica que acaba de entrar en el insti.  Si ser nuevo ya es jodido en sí, pues ella mucho peor todavía.  Y digo ella por decir algo.

    Todo comenzó cuando pasaron lista el primer día.  Lo típico:  “Fulanito”, presente, “Menganito”, presente también.  Cada uno iba levantando la mano según le llamaban.  Cuando va y suelta la profesora: “María Suárez”, y contesta la nueva. “¡Mario! Mario Suárez, presente.”  Y claro, ahí todos nos damos la vuelta para mirarla porque estaba sentada en la última fila, al fondo de la clase.  La vemos y flipamos en colores.  Pero, ¿cómo que Mario?  ¡Si es una piba! Y pasa lo que pasa:  risas, codazos, comentarios…

Entonces la profesora, la que por cierto es mi tutora, no te creas que se calla o hace como que aquí no ha pasado nada o se ha podido equivocar. No.  Ella “erre que erre”.

—María Suárez-insiste-. Aquí pone claramente María Suárez, no Mario Suárez.

—Pues es un error, porque yo soy Mario Suárez.

Y el payaso de Julio no se pudo callar tampoco.  Lo tuvo que soltar:

–Que no nos enteraaaaamos…  Que no es María, que es…¡Ma-rí-o…!

 

Toda la clase descojonada.  Y la pobre chica al borde de las lágrimas, intentando aclararlo y disimulando que no podía ni hablar, pero se le notaba mazo.

—Soy Mario Suárez, le digo -se reafirmó-.  —Puede consultarlo en secretaría.

—Eso vamos a hacer, pero hasta entonces usted es María, y no se hable más-respondió la profesora. —Pero por el lenguaje inclusivo, que no quede: “Vosotres”, ¿qué opináis? —preguntó entonces, dirigiéndose al resto de la clase y generando un rumor y risas generalizadas.

Después, siguió pasando lista y haciendo caso omiso al revuelo, como si nada.

    Yo no me lo podía creer.  A mí no me hacía ni puta gracia.  Y desde luego me asombra que gente como Alicia, Paula o Carolina, amigas mías, se pudieran reír también.  Miré hacia atrás otra vez y sólo con verla se me hacía un nudo en la garganta.  Es verdad que parecía una chica, según yo.  Por lo menos,  según la miras por primera vez, creo que cualquiera hubiera dicho que era una tía.  Pero luego sí que va vestida de tío. Rollo skater y tal, en plan Vans y cargo pants.  Y con el pelo corto. Pero eso tampoco significa nada, porque ahora hay una estética un poco así, andrógina, entre las chicas también; sobre todo las que hacen skate, me refiero.  Aún así, tiene la cara como muy fina; demasiado para ser un chico.  ¡Pero qué más da!  Nadie tiene derecho a humillar así a otra persona.

    Desde entonces las cosas han ido de mal en peor.  Resulta que “oficialmente” es María (la profesora tenía razón), y por tanto, todos los profesores la llaman María, porque no hay documentos oficiales que acrediten lo contrario. Aún así,  ella va de tío. Es un tío, dice, y de hecho se comporta como un tío.

    Yo he hablado con ella (con él, perdón) y me ha contado que está en un proceso de cambio de género, que ella siempre se ha sentido un chico, pero sus genitales son de mujer.  Al parecer, sus padres la apoyan, pero no quisieron hacer nada en serio hasta que cumpliera 16 años y ya pudiera estar segura.  Pero llevan años llamándola Mario y  no María. Es lo que se dice un “trans”.  O una “trans”. Como se diga.

—¿Y a qué baño va?—me preguntó Carolina, mirándome con ojos desorbitados, cuando le expliqué a ella y a las demás lo que sabía -yo soy de las pocas personas que se han dignado en acercarse a ella (él) para interesarme por su historia y tratar de integrarla en la clase, por encargo del orientador escolar-.

—Joder, ¿sólo se te ocurre preguntar eso, tía?  ¿En serio?

Pero resulta que la rara soy yo.  Porque todas mis amigas respondieron al unísono.

—¡Pues claro!

    Y en esas ando, tratando de compatibilizar mis amistades de siempre y mi estatus social del colegio con mi nueva amistad y rol de abogada de pleitos pobres, como dice mi padre.  Pero yo no puedo consentir que las cosas se queden así.  Esta persona, chica, chico, chique o lo que sea, necesita ayuda, y yo se la voy a dar.  Punto.

 

 

 

 

 

 

 

 

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