“No le digas que te lo he dicho yo, mamá” es un relato sobre acoso escolar de ficción, inspirado en hechos reales

 

Por Angelina B. para Control-Parental,  de BuddyTool

 

—Niños, ¡a cenar!; papá, ¡a cenar! —. Mamá les convocó a todos justo en el momento en que sacaba la carne de la parrilla para emplatarla. Era importante que bajaran ya para que no se enfriaran las hamburguesas.

—Voy, mamá– contestaron casi al unísono tanto Javi como Natalia, desde sus habitaciones.

—Hum, ¡qué bien huele!—contestó papá, bajando por las escaleras.

Mientras se sentaban a la mesa, comenzaba el ritual de todos los días:  a alguno se le había olvidado lavarse las manos y le tocaba levantarse; otro se acercaba a por el agua, y papá iba amenizando la velada a los niños con sus chistes malos.  Mamá parecía seria, o se lo hacía, quizá para infundir respeto y que no se desmadraran.  Mientras, papá servía el agua, continuando con una conversación iniciada con Natalia sobre algo de su amiga.  Javi estaba a lo suyo, pero dejó el móvil a un lado para centrarse en las patatas fritas, que comenzó a atacar con fruición.

—Bueno, ¿qué tal os ha ido el día, hijos?  —preguntó mamá tras sentarse también ella misma.  Papá y Natalia seguían enfrascados en su propia conversación.

—En TikTok, papá.  Ha sido en TikTok—le aclaraba la niña a su padre.

—¿Qué pasa con TikTok?  Qué poco me gusta esa aplicación— comentó la madre, despreocupada.

—Ni a mí, es de losers —respondió Javi, haciendo mofa imitando uno de los típicos bailes de TikTok.

—Uhhhh…  es de losers, ¡tú sí que eres loser, niño!—replicó Natalia torciendo la voz y muy enfadada.

—Bueno, ¡ya! Tranquilos —les reprendió a ambos su madre—. Es una aplicación más para niñas, Javier.  Pero el que no te guste a ti no significa nada; a mí tampoco me gusta mucho, pero por lo menos ten un poco de respeto por tu hermana—le reprobó—.  ¿De qué estáis hablando, que no habéis parado?—increpó a su marido—. Por lo menos, compartidlo con los demás, papá.

—Pues mira, sí, vamos a hablarlo, porque esto nos interesa a todos—respondió él, sin acritud—. Me estaba contando Natalia, por lo que me ha parecido entender hasta ahora, que unas compañeras han colgado un vídeo muy feo de su amiga Celia en TikTok, metiéndose con ella. Y yo le estoy diciendo que a ver qué video es ese, porque meterse con otros niños en redes sociales es una cosa muy seria—continuó papá, antes de dar paso a Natalia para que se explicara mejor.

—Sí, Celia está enfadada con Olivia, y Olivia ha hecho un vídeo en el que dice que es tonta, y que por qué ha contado un secreto que ella le había dicho de Paloma, que le caía mal, pero como son “mejas” pues confiaba en ella… —aclaró la niña, que a sus trece años era pura energía.

—Un momento—reclamó la madre, para abrir un paréntesis—“Mejas” es mejores amigas, papá, que tú no lo sabes —le aclaró.  —Pero, ¿qué ha pasado entonces?, ¿quién se ha enfadado con quién, y quién ha hecho un vídeo?

—Pues que Celia está muy triste porque Olivia ha puesto el vídeo y la ha llamado falsa, y le ha dicho que por qué había dicho eso, y luego Paloma también se ha enterado por el vídeo, y se ha enfadado y ha hecho otro ella en los comentarios, y …

—Bueno, yo no sé los demás, pero yo no me entero de nada—contestó papá, sin poder ocultar su perplejidad.

—A ver—reclamó Javi gesticulando mucho, y tratando de aclarar a los demás lo que él veía clarísimo—.  O sea, que unas niñas han puesto unos vídeos insultando a tu amiga Celia.  ¿Es eso?

—Sí—contestó Natalia—. Y todo porque a  Paloma, en el fondo, nunca le ha caído bien Celia, porque tiene celos de que sean tan amigas ella y Olivia, y está aprovechando para que Olivia ahora se enfade más con Celia…

—¡Natalia, por favor, pon el vídeo!  ¡Pon el vídeo y así nos enteramos todos!—dijo Javi, asombrosamente resolutivo para sus 14 años —¿Ponemos el vídeo?  ¿Os parece bien a todos?  ¿Papá?, ¿mamá?—preguntó, dirigiéndoles la mirada.

—Venga, ponlo— asintieron, permitiendo a Natalia que usara el móvil en la mesa, sólo por esa vez, para acceder al vídeo de TikTok.

En el vídeo salía Olivia,  hablando en un primer plano y derrochando seguridad en sí misma.   

 

Sus palabras, poco más o menos, decían lo siguiente:

“Celia, cada uno es libre de tener su opinión, ¿no?  Pues yo tengo la mía.  Y yo creo que tú eres una falsa. Y te voy a explicar por qué pienso que eres una falsa y por qué no te soporto.  Yo te había contado un secreto, ¿no?.  ¡Un secreto, por favor!  ¿Sabes lo que es eso?  ¡Una cosa que no se puede contar!  Y si te dije que me caía mal Paloma, no sé por qué se lo tienes que decir a ella después.  Eso demuestra que eres una hipócrita, y que no mereces estar entre mis amigas.  A partir de ahora, no cuentes ni con Paloma ni conmigo en el colegio. Ni por supuesto con nadie, en cuanto sepan que no sabes mantener la boca cerrada.  Y menos mal que lo hice para ponerte a prueba a ver si hablabas después, que si no, ¡imagínate!  En resumen: que me olvides, niña.  Y que seguro que no soy la única que pasa de ti a partir de ahora.  No tienes categoría para ser mi amiga.  Ni categoría, ni dignidad.  Porque eres tóxica, y yo no quiero a gente tóxica en mi vida.  ¡Chao!”

Tras el vídeo, se hizo un silencio sepulcral entre todos.  Hasta que habló la mamá, dando lo que parecía el veredicto final.

—Pero bueno, esto es de locos. Esto no se puede hacer; esto es ciberbullying, hija.  Una niña se está metiendo con otra, insultándola públicamente e intentando hacer alianzas para dejarla de lado…

—Sí, porque luego está el vídeo de la otra niña también. De Paloma, ¿no? —continuó el padre, tratando de arrojar algo más de luz sobre el asunto—.  ¿Ese vídeo lo tienes también, hija?

—Sí, está en los comentarios, pero sólo los puedo ver yo porque la cuenta es privada.

— Bueno, vamos a centrarnos— resolvió mamá—.  ¿Qué os parece si después de cenar vemos el otro vídeo, y me mandas los links?  Esto hay que decírselo a la mamá de Celia, hija—le explicó, mirándola a los ojos mientras la cogía de la mano asegurándose su atención.

—¡No!  ¡Ella no puede saber que yo os lo he dicho!  ¡Me ha pedido que no se lo contara a nadie!  Va a decir que soy una chivata, y se va a enfadar conmigo—respondió, asustada.

—Ya, hija, pero es nuestra obligación decírselo. Es que eso no se puede hacer.  Es incluso un delito, e imagino que la mamá de Celia tendrá que hacer algo; como mínimo reportarlo al colegio—aclaró el papá—. Además, esas cosas hay que hablarlas por teléfono, ¿eh, mamá?  Nada de por mensajitos—advirtió a su mujer.

—Claro, eso se lo tenemos que contar a la mamá, Natalia.  Mañana mismo la llamo, porque puede ir a más y convertirse en una bola de nieve.  ¡Imagínate que te pasa a ti!  Si te ocurriera algo así nos lo cuentas, ¿me lo prometes?

—Vale, pero no le digas que te lo he dicho yo, mamá.  Por favor.

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